9 de enero de 2012
Desde el primer momento me pareció que estaba preparado. Como si alguien se hubiese tomado la molestia de organizarme una bienvenida inesperada, diferente a lo que me imaginaba.

Si alguna vez tienes que preparar un viaje a Escocia, todos te recomendarán que lleves el paraguas y un buen impermeable. Yo los llevaba conmigo el día 9 de enero de 2012 cuando salí por la puerta del avión que acababa de aterrizar en el aeropuerto internacional de Glasgow. Pero no fue necesario. Ese precioso país me recibió con un sol brillante que iluminaba todo a su alrededor. El reflejo impactante en los charcos de la lluvia de la noche anterior provocaba un presentimiento positivo en mí hacia un periodo desconocido.

El avión de la compañía Easyjet había despegado hacía una hora del aeropuerto de Londres Stansted y fue el primer vuelo donde realmente me sentí inmerso en la vida británica. La noche anterior había aterrizado desde el continente y la mezcla de diferentes idiomas no conseguía desplazarme totalmente del ambiente que puedes encontrar en cualquier calle de una ciudad metropolita.

La noche la pasé en uno de los hoteles cercanos al aeropuerto y recuerdo que lo primero que hice fue conectar el canal de noticias de la BBC para comenzar a recibir la clase de información que iba a escuchar durante el siguiente año. O eso es lo que pensaba en ese momento.

Y esa noche ocurrió la primera señal. ¿Qué probabilidades hay de que una persona vaya a vivir a Escocia y la primera noche que aterriza en UK escucha que justo ese día se comunica a los medios de comunicación el acuerdo entre el Gobierno Británico y el Gobierno Escocés para celebrar un referéndum de independencia al año siguiente? No suelo creer en las casualidades, pero piensa por un momento cómo me sentí. Venía a vivir a un país nuevo mientras iba a compartir todo un evento político sin igual durante los siguientes meses.

No me podía quitar esa idea mientras bajaba con cuidado las escaleras del avión. De hecho casi me distraigo y a punto estuve de caerme si no fuera porque me sujeté fuerte a la barandilla de la escalera que bajaba a la pista. Había aparecido el segundo elemento con el que iba a compartir mi estancia escocesa: el viento, que, esta vez, casi me tira al suelo.

Reconozco que me gusta, disfruto cuando me impacta en la cara. Me gusta cerrar los ojos y que me mueva el pelo. Es una sensación que agradezco, sobre todo, en las ciudades. Cuando sopla desaparece la contaminación. Lo cierto es que de eso no encontré en ninguna de las ciudades que visité durante los siguientes meses. El aire es limpio y si abres fuertemente los pulmones, consigues sentirlo completamente.

Y lo sentí. Nunca podré decir otra cosa, porque lo que noté fue un aire frio y húmedo. Sabía que por la época del año que era, la temperatura sería baja. Me habían hablado de la humedad, pero, por mucho que me hubiesen advertido antes, la combinación de ambas era algo que debo confesar, no me esperaba. ¡Que frio sentí! Aquí donde tú vives, cuando baja la temperatura te abrigas y ya está. Pero en Escocia, la sensación térmica depende tanto de la humedad que, por mucho que te abrigues no consigues quitarte esa sensación de frio por todos los huesos del cuerpo.

Mi afición al montañismo debería haberme preparado para ese frío en la ciudad, pero me tuve que esforzar mucho para superarlo…de hecho el segundo invierno que pasé comprobé que no lo había superado por mucho que me abrigara.

¿Qué fue lo que más me llegó al corazón cuando llegué a Escocia? Me sorprende que me hagas esa pregunta. La gente suele preguntar por lo que te gustó, por cómo lo pasaste, pero pocos preguntan lo que me acabas de hacer. Estoy seguro que tu futuro impresionará, esas preguntas no las hace cualquiera.
Déjame pensarlo, porque fueron muchas cosas y tengo que seleccionar. El próximo día continúo.